No he de callar, por más que con el dedo, ya tocando la boca, o ya la frente, silencio avises, o amenaces miedo

miércoles, 15 de junio de 2011

LAS VERDADERAS PRIMARIAS

Ajenas a la cultura socialista, las primarias se importaron para que Joaquín Almunia pudiera legitimarse democráticamente, borrando el oprobio de su nombramiento dinástico. La cosa salió como salió: un vencedor contra las adversidades (Borrell) tirando la toalla, acorralado por el aparto y malherido por las infamias. Las últimas no han sido más edificantes: el Gobierno apoyando a Trinidad Jiménez, encuestas en mano, y Tomás Gómez apoyado en su aparato, el de la FSM. O sea, que las primarias, en la práctica, son un mecanismo adulterado, cuando no un espectáculo bochornoso con vencedores por incomparecencia de rivales.

La cantidad de avales exigidos supone un obstáculo casi insalvable para aquellos que no respalda un aparato. Y es así porque así lo quieren los aparatos, más interesados en sus candidatos que en la limpieza democrática, en la igualdad de oportunidades. Otra cosa sería que, la ejecutiva correspondiente (federal, regional o provincial), abriese una página Web para todos los aspirantes donde la militancia pudiese hacer llegar su aval a quien tuviesen por conveniente. Si se puede hacer una transacción bancaria segura en la red, cómo no se va a poder garantizar la seguridad de los avales. ¿Cómo podría hacer llegar su aval un militante de Cuenca a un candidato sevillano? No puede.

Todos tienen derecho a presentarse, y las ejecutivas lo que tienen que hacer es comportarse con transparencia, sin favorecer a candidato alguno, para dejar claro su compromiso con la democracia. No debería haber candidatos oficiales y los miembros de las ejecutivas que se presentasen a las primarias deberían dejar su puesto, de forma provisional, mientras se desarrolla el proceso de recogida de avales y de elección. Las ejecutivas deberían prestar la misma infraestructura a todos los candidatos y se deberían abstener de manifestarse a favor de candidato alguno, porque las muestras de apoyo lo serían a título individual.

Devolviendo la democracia a los militantes, además de votarse en primarias a los candidatos a presidente de gobierno, de comunidad autónoma o alcalde, las listas de diputados y concejales se deberían elegir en listas abiertas. Se objetará que cada candidato se debe rodear de un equipo homogéneo para trabajar, pero la realidad nos enseña que los equipos que acompañan a los candidatos son el fruto de componendas, equilibrios de fuerzas o amistades personales. Parece sencilla la puesta en marcha de listas abiertas en las elecciones municipales, pero resulta más complejo trasladar este procedimiento a la elección de los diputados. Es más difícil, pero se puede, sobre todo si se persigue el hacer efectiva la democracia misma. Se pueden introducir elementos correctores para evitar que de las grandes agrupaciones saliesen casi todos los diputados. Tomar como referencia instrumental la elección de los senadores no sería desdeñable: de entre todos los candidatos sólo se puede votar a un número limitado de ellos, de acuerdo con el número de militantes. Esto podría excluir a las agrupaciones muy pequeñas, pero éstas podían votar por mancomunidades o partidos judiciales. Métodos hay varios y válidos, siempre que se mire al fondo del asunto: la democracia.

Las primarias, tal y como están planteadas, deberían producir vergüenza entre los auténticos demócratas.

lunes, 23 de mayo de 2011

APUNTES SOBRE LA DEMAGOGIA

Trujillo. Día de Extremadura. Desde el vértice del atrio de la iglesia de San Martín de Tours, Ibarra arengaba a los miles de extremeños allí reunidos. Con la teatralidad que le caracterizaba, su discurso fue creciendo de tono hasta proclamar: “…los catalanes tienen dos lenguas pero no tienen dos bocas”. Rugió el pueblo que se agolpaba, deseoso de conocerse y reconocerse. Tras Ibarra, ocupando el atrio, se encontraba su cohorte, tras ellos las autoridades y muy al fondo estaba yo, por mor de un carguillo institucional y otro orgánico. En oyendo aquello, no pude por menos de exclamar: “genial, es un maestro de la demagogia”. Unos, con el índice, me señalaron silencio, otros, los más, me dirigieron miradas reprobatorias. Y es que ninguno de ellos entendía el valor de la arenga, de esa demagogia enérgica que infunde ánimo y coraje.

La izquierda, en general, ha sido siempre muy pudorosa respecto de la demagogia. Se la rechaza en el plano formal, no obstante, en los mítines se usa y se abusa de ella sin pudor. El caso es que el PSOE nunca ha sabido desarticular las demagogias que le han zaherido. Tampoco ha sido capaz de calcular los efectos perniciosos de esa demagogia letal que crece en terrenos abonados por la desesperanza o la decepción, cuando es la demagogia misma la que alimenta ese estado.

Desenmascarar a la demagogia, cuando esta ha prendido su fuego y se ha convertido en lenguaje coloquial, es una tarea harto difícil, tan difícil como matar a un monstruo adulto al que no se estranguló en su nacimiento. A la demagogia que se está asentando (Zapatero tiene la culpa, por ejemplo) no se la puede desenmascarar con razonamientos de salón hasta dejar a la luz sus miserias originales. Hace falta desplegar la artillería pesada, meterle el dedo por sus costuras hasta descoserla, elevar el tono, señalar e, incluso, combatirla con sus mismas armas. Es inimaginable ver a los principales del PSOE diciendo: “mentira, el PP no tiene ninguna solución, ni la enseñan, porque no la tienen, ni la aplican allí donde gobiernan, porque no la tienen” o “Mariano carece de firmeza para enderezar la crisis, porque se le sube La Espe a las barbas, se le pone Álvarez de cascos o se le autoproclama Camps como candidato y se calla como un mandilón”. Frente a ello se ha apelado…. ¡al patriotismo!, o se les ha pedido que…. ¡arrimen el hombro! ¿Pero con quién coño creían que estaban tratando?

Qué disparate, pero a quién se le ocurrió nombrar ministro de Fomento a Pepiño, a quién se le ocurrió pensar que la Pajín sería una buena portavoz federal, o que Jáuregui o el bueno de Marcelino Iglesias eran una solución contra el ruido. Si hasta han descafeinado el coraje inicial de Elena Valenciano. ¿Dónde están los herederos de Alfonso Guerra, dónde el sarcasmo hiriente, dónde la descalificación envuelta en papel retórico?

A la defensiva, acorralados, con un discurso titubeante y empobrecido, con un discurso avejentado por un aliento nuevo que crece en plazas y ciudades. Que nadie se sorprenda, las consecuencias han venido por añadidura.